Imaginad que uno fuera invitado a la luna la noche de Nochebuena, con todos los lujos, riquezas y servidumbres, en mi caso escaparía raudo por volver a lo cotidiano, por convertir la Navidad en lo que debe de ser: un día más, familiar, donde todos compartamos la misma agua y el mismo pan.
Y que sobre lo demás, los mariscos de la mar.
Ayer me invitó la luna,
subí con ella a cenar,
y a los postres comprendí
que duele la soledad.
Que un trono en el universo
me impedía imaginar.
Pero lo peor de todo
es, volverse holgazán,
que te lo den todo hecho
sin pararte ni a pensar.
Ver lejana
el vivir el bienestar,
que te sirvan sin servir
y en ti mismo gobernar.
La soledad planetaria
es cautiva en su girar,
y cuando se tiene todo
ya no hay que batallar
ni por libertad perdida
ni la que ansío alcanzar.
Ver en el todo la nada,
naufrago en la mar lunar,
mares secos de la luna
cráteres, fría oquedad
donde el silencio dormita.
Dejadme volver, soñar,
cena de Nochebuena,
albor de
¡Dejadme volver, volver,
dejadme volver y estar
en un trocito de tierra
de ese mi Madrid natal,
que cenando con mis hijos
ya no necesito más,
solamente su presencia
agua fresca y tierno pan.
Leganés, 22 de diciembre de 2007
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