MADRID SIGUE SIENDO BABILONIA.
He querido escribir sobre este Madrid y el de mi infancia, pero como sería imposible hacerlo como Baltasar Gracián, Escritor y Jesuita en (1651) recojo unas líneas de éste su Criticón que me quita el sueño, en esa Crisi en que Andrenio no quería entrar en Madrid, por la Calle de Toledo:
He querido escribir sobre este Madrid y el de mi infancia, pero como sería imposible hacerlo como Baltasar Gracián, Escritor y Jesuita en (1651) recojo unas líneas de éste su Criticón que me quita el sueño, en esa Crisi en que Andrenio no quería entrar en Madrid, por la Calle de Toledo:
"A vistas estaba ya de la Corte, y mirando Andrenio a Madrid con fruición grande, preguntóle el Sabio: —¿Qué ves en cuanto miras? —Veo —dijo él— una real madre de tantas naciones, una corona de dos mundos, un centro de tantos reinos, un joyel de entrambas Indias, un nido del mismo fénix y una esfera del Sol Católico, coronado de prendas en rayos y de blasones en luces. —Pues yo veo —dijo Critilo— una Babilonia de confusiones, una Lutecia de inmundicias, una Roma de mutaciones, un Palermo de volcanes, una Constantinopla de nieblas, un Londres de pestilencias y un Argel de cautiverios. —Yo veo —dijo el Sabio— a Madrid, madre de todo lo bueno, mirada por una parte, y madrastra por la otra, que así como en la Corte acuden todas las perfecciones del mundo, mucho más todos los vicios, pues los que vienen a ella nunca traen lo bueno, sino lo malo, de sus patrias. Aquí yo no entro aunque se diga que me volví del puente Milvio. Y con esto, despidióse. Fueron entrando Critilo y Andrenio, como industriados, por la espaciosa calle de Toledo. Toparon luego una de aquellas tiendas donde se feria el saber. Encaminóse Critilo a ella y pidió al librero si tendría un Ovillo de oro que venderles. No le entendió, que leer libros por los títulos no hace entendidos, pero sí un otro, que allí estaba de asiento, graduado cortesano por años y suficiencia: —¡Eh!, que no piden —le dijo— sino una aguja de marear en este golfo de Circes. —Menos lo entiendo ahora —respondió el librero—. Aquí no se vende oro ni plata, sino libros, que son mucho más preciosos".
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