A mi nieto, que goza el cielo sin saberlo. (La edad de la inocencia)
El tiempo lo olvida todo, y el tiempo renueva todo. No hace falta aplicar la filosofía, ni siquiera un gran pensamiento.
Es la propia naturaleza la que criba el pasado, la que deja todo en un anaquel de la mente al que acudimos de tarde en tarde.
Sin embargo, el porvenir es lento como lo son las cosechas, empieza la flor del almendro en Febrero en Levante y después nos da ese fruto que hay que partir a martillazos como ocurre con el nogal, que hubo que inventar una herramienta para partir la nuez y descubrir su cerebro.
Todo es recuerdo y espera, y todo es espera, presente y olvido, la mente es una noria de fuerza inusitada que puede florecer con la misma fuerza que se deshoja.
Cuando observo a mi nieto que, hoy es ser sin apenas ser, que su mundo es tan limitado como lo es comer, llorar y dormir, y acaso, un ritmo musical de añadidura.
Se mueve en ese tiempo de la inocencia, donde no hay recuerdos, ni conscientemente puede imaginar hoy, que hay otro futuro que no sea la cuna, el arrullo, el llanto incomprensible y la molestia de un pañal húmedo aún no cambiado.
Esa es la edad del florecer, como la flor del almendro, después en la dureza natural del fruto, le traerá los amores, los olvidos, y la espera de ese porvenir que no está escrito.
Cuando Darío está plácidamente dormido, ignora que ese es el único cielo existente, lo demás es religión, literatura, sólo se está en el cielo cuando no se sabe que existe, y sólo existe, cuando ni sabemos que estamos floreciendo en él.
Somos eso, flor de almendro, flor del cerezo, ¿acaso en el florecer sentimos en las muelas el hueso de la vida?
JOSMAN.
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