jueves, 26 de junio de 2014

LA MADRE SUPERIORA...

Y tras las Brujas, empieza a elaborarse,

LA MADRE SUPERIORA…

Teatro en dos actos.

Introducción:

Un convento de monjas carmelitas de semiclausura, como todos de aquella época, la primavera de 1951, en la localidad de Leganés.

 La madre superiora abre la ventana con celosía, y en la mesa de su despacho medita suspirando levemente, tras ella el crucifijo, un cuadro con la foto del Caudillo generalísimo Franco, y otra del Papa Pío XII, bajo estos cuadros una estantería con libros religiosos, las obras de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, la Biblia, así como unos roídos legajos, con documentos del resto de las hermanas y de las que las precedieron, sobre la mesa pluma y tintero, papel secante y carpetas con documentación de las cinco hermanas novicias, que eran las que más le preocupaban, jóvenes y sin una fe sólida, aunque obedientes, titubeaban para acudir a los trabajos del huerto, cocina, costura y bordado y las oraciones programadas en maitines y rosarios.

 Le llevaban los demonios las risas ocasionales de las novicias que rompían el silencio del claustro, o de la sala de costuras y el bordado. En ocasiones lanzaban miradas disimuladas por furtivas dirigidas al afanoso Vicente, el jardinero y mozo para todo al servicio del convento.

 La Madre Superiora Sor Leonor, a pesar de su rectitud en su autoridad que siempre mostraba, entendía a regañadientes los ardores y cierta euforia de las jóvenes que a pesar de sus futuros votos, reprimían a duras penas, los deseos propios de la edad, en esa llamada de la naturaleza de la que todos, hasta los religiosos somos esclavos
.
Y es que el torso moreno y velludo, asomante con los tres botones superiores desabrochados de la camisa, invitaban a las novicias a cualquier fantasía en sus jóvenes imaginaciones, como sus vientres virginales.

 La Madre Superiora, en alguna ocasión llevada también por una imaginación desbordante, y ante un pequeño espejo de su celda, había valorado su cuerpo aún lozano, su caderas, su pelvis y su pubis, sin olvidar sus senos cuando se desprendía de un sujetador apretado como un castrante vendaje que minimizaba su grandiosidad y el tamaño garbancero de sus pezones, como no iba a comprender el ardor juvenil de sus novicias, si su cuerpo aún lozano pedía a gritos silenciosos ser poseída por Vicente, el cual ajenos a esas miradas furtivas y de reojo, mientras sudoroso cavaba rosales y setos, en su mundo, ajeno a todas esas fantasía que invadía el Convento leganense de las descalzas.

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