He leído “Isabel reina de América” de Sorkunde Francés. Y me he alimentado el espíritu, con dos páginas importantes, de las 550, historia de ayer, de hace más de quinientos años, y la humanidad y los humanos seguimos con una ambición sin límites.
Mi conclusión ha sido la siguiente, no del libro tan sólo de 2 páginas:
Toda ambición tiene un límite, sino ésta se vuelve contra nosotros. Todo el exceso de una mente posesiva alcanza a la muerte el pago que dio Isabel I (la católica) al arzobispo de Toledo y primado de
Y ese derecho sobre la cantidad de tierra, tras la muerte de Enrique IV, se limitó a un saco de tierra, que es lo que cubría el cadáver ya enterrado del soberano.
Y eso es lo que envió la reina al arzobispo de Toledo, Carrillo, a través de su secretario Francisco de Rojas.
Hoy hay en España políticos que su afán de posesión dineraria o inmobiliaria, les lleva a malversar, algunos tienen hasta testaferro, como en el Caso Roldán.
La avaricia telúrica es tal que, no piensan en la pobreza de la muerte, si no son incinerados tras su fallecimiento, tan sólo tendrán en su sepultura – si no es un nicho- lo que midió la reina Isabel I de Castilla.
Por ello venimos y nos vamos del mundo desnudos. Y en este pasaje temporal en que vivimos, la ambición y la avaricia que nos lleva a delinquir, es más un pecado o delito social, que el penal que nos damos en las leyes.
Tanto ambicionar, que pobreza de espíritu, en la riqueza desmedida, al final como repetimos tantas veces, ante la muerte, TODOS POBRES. Pobres en el fuego de la incineración o en la podredumbre de un saco de tierra mayor o menor.
Leganés, 1 de diciembre de 2009
JOSMAN.
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