jueves, 30 de marzo de 2017

LA LUCIÉRNAGA Y EL TRÉBOL.


Salía con los grandes poetas- ninguno de Podemos- hablé con un editor, y comencé a escribir (siempre de modo aficionado) en las servilletas de papel "La Luciérnaga y el trébol" quizás porque lo samaritano se da más en el mundo vegetal y animal, (aunque este escarabajo tenga solo quince días de vida adulta) que en la vida social humana.


Aquí sólo dejo un destello de una historia butarqueña.



Pasadas ocho horas regresé a mi paseo butarqueño a la mañana siguiente, sorprendentemente el trébol estaba menos mustio y más vigorizado, su tronco en parte estaba solidificado, el vomito del polen y néctar. o posiblemente de sus esencias de caracol en su tiempo de larva, dejó una huella ámbar con vetas pardas, como una grapa unificadora de las heridas humanas, hasta creo que se sacudió las minúsculas gotas del rocío mañanero, para sentir el tacto de mis dedos, como si me viera y me sintiera, dándome la sensación de sentir su mirada como tantas veces he creído sentir la de los chopos y los pinos, ¿acaso, como dice mi amigo Bushara, la naturaleza tiene una inteligencia invisible y silenciosa, y se transmiten sensaciones a través de sus raíces? 

Nunca lo averiguará la ciencia, se han dado casos en grandes selvas de alto arbolado nutrir desde sus raíces a otros árboles o arbustos menos desarrollados a quienes quitan el sol, y a veces la lluvia, el mundo vegetal tiene sus misterios, y en territorios que llamamos salvajes hay una mínima solidaridad, como se da en los manglares, que tienen filtros en sus raíces, donde el agua salada de un mar que penetra en los ríos que los acogen en su pleamar, y éstos sacrifican parte de sus hojas viejas a esa salinización, nutriendo al resto de hojas del agua dulce y que sobrevivan.

Volví a la noche,... 




Josman.

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