El frío en la madurez invernal le hace a uno encogerse en el calor de la lectura. A los viejos poetas, ya no nos apetece ir al Ayuntamiento a oír manifiestos sobre el maltrato a la mujer, aún comprendiendo esa barbaridad que quiebra a familias y a la sociedad en general y sobre todo a la infancia traumatizada de por vida.
Por ello uno se refugia en Cervantes y en su novela ejemplar "El celoso extremeño" ese Felipo que hizo de su hogar un convento de clausura con torno , dos puertas y con la llave bajo la almohada, y el criado masculino eunuco y durmiendo en la cuadra.
Los celos en la cervantina visión matan al propio celoso, a pesar de que la infantil esposa solo duerme inocentemente junto a un mozo sevillano. El dinero, las cerraduras, la casa sin ventanas exteriores, el criado eunuco, nos muestra que no se puede encarcelar a quienes tienen la edad de beber en las fuentes de la vida, tan limitada como escuchar una copla andaluza.
Mujer, cárcel y celos.
Y lo peor morir de esos celos, porque sin ser médico Cervantes le mata de celos, aunque la esposa niña, haya conservado su honestidad.
Eso sí, no olvidemos que, es otra mujer la que la encierra en el dormitorio con el joven músico.
De nada sirven lazos, ni actos institucionales, se debe legislar mejor, y a los viejos celosos extremeños, educarnos, aunque solo sea para no degollar mujeres en Fuenlabrada, ni morir sin motivo alguno de esa enfermedad mental de encerrar la vida en una cárcel con un criado eunuco por los celos imaginarios.
Los Ayuntamiento no deberían de hacer actos programados anualmente en una fecha señalada, deben de decir a las Cortes que legislen sobre la protección a la mujer, su amparo y apoyo, lo demás queda bien como un acto público donde los correveidiles y adscritos a las ideologías todas, se dejen ver en los peristilos y salones de la Plaza Mayor, donde en otras ocasiones plenarias solo cogen los invitados antes citados.
Josman.
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