ACTO SEGUNDO.
Escena tercera.
EL ENCUENTRO.
El narrador tras las
bambalinas relata, mientras, Antonio pasea mirando al horizonte oscuro de las
bambalinas del teatro
.
Narrador: Nuestro personaje, nuestro loco, al atardecer cuando los rayos
del Sol del ocaso se hacen más débiles, como el pulso de un moribundo, porque
en la idea de Antonio, el Sol muere cada día en el oeste, para volver a nacer
horas más tarde, porque la naturaleza y nuestra naturaleza es así, un constante
nacer y morir, al menos, eso se repetía Antonio a diario. Pero en este
atardecer, Antonio vería o creyó ver a su ninfa.
Una mujer aparece en escena y se sienta, con los pies descalzos en la
tarima del escenario en silencio.
Antonio: ¿quién habrá pescando ahora, cuando ya se oculta o muere el Sol,
¡no puede ser, es una mujer de cabellos dorados! voy a acercarme hasta ella.
¡Dios mío, es la mujer con la que sueño, es ella, es mi ninfa!
Narrador:
La mujer está impasible, tiene los pies sumergidos en las aguas del lago, y
los ojos cerrados, como meditando ¿o quizás se ha dormido?, se preguntaba Antonio.
Se acercó a ella, acarició sus cabellos, ella volvió su rostro, sus ojos
seguían cerrados, y extendía su mejilla derecha hacia el rosto de Antonio, éste
no salía de su asombro, y a pesar de estar absorto, la besó, y la besó mil
veces, hasta sentir seca su boca y sus labios, y se preguntaba si realmente lo que veía era
una alucinación, como tanto se temía él y don Agustín.
Pasearon hasta el embarcadero con sus manos unidas, y allí, se
despojaron de sus ropas y nadaron y
nadaron, en ocasiones sumergidos, como queriendo ver sin ver los pies de agua
de los juncos negros en la oscuridad.
Después, en la orilla sur del lago, permanecieron hasta el amanecer, sin
decir ni una sola palabra, ella mujer o ninfa, apoyó su cabeza en el pecho de
Antonio, y de no haber vuelto a nacer el sol, allí hubieran estado hasta el fin
de sus vida, no necesitaban palabras, ella
le miro profundamente para amarle con la mirada, amor puro, con la única
existencia de un pestañeo involuntario.
Antonio vencido por el sueño provocado por aquella paz y sosiego, tras
haber amanecido hacía tres horas, despertó sólo, y la buscó, primero en las
aguas del lago, después, en cada palmo de tierra del parque lineal.
Fin de la narración:
Antonio, muy cansado y fatigoso, se sienta en medio del escenario,
extrayendo de su camisa un papel escrito, y lee: EL ENCUENTRO.
Ninfa soñada y
vivida,
corpúsculo dorado,
celestial,
ascendente entre
los juncos
como un nenúfar
fresco y flotante.
Aparición
butarqueña
que asida del
tablón de embarcadero,
como una sirena
de Odisea
me llamas
insistente y desnuda.
Desciendo y
sumergido en el estanque
soy como el pez
sorprendido en el romance,
-aquél lorquiano y
lujurioso
que abría el amante
hueco sobre el limo-
Allí te amo en mi
locura manriqueña,
bajo las bóvedas
del bosque solitario.
Siento trémulas las
ramas de los chopos,
al pino, le cae una
aguja silenciosa.
lo demás, es la
mente que traspasa
la existencia
febril de nuestros besos
en la enredadera
del sueño y del misterio.
Antonio: Ahora, ya
no sé, si ha sido alucinación, sueño o realidad, ¡que más me da lo que sea, loco
o cuerdo he vivido ésta noche, lo que se saborea de la vida es lo vivido y hasta
lo soñado como repito tantas veces! Cuando un ser humano sueña con una tragedia
se despierta con ansiedad y angustia, y su corazón se desboca en taquicardia, Como en la
adolescencia especialmente, en el sueño erótico se eyacula, y descubre uno la
huella inevitable de lo soñado al despertar.
Vuelve a recitar;
No sé si viví o
soñé.
¿ No es vivir
también soñar?
¿No despierta el
ser humano
en un pleno galopar
del corazón, cuando
sueña
con una angustia
vital?
Se vive lo que se
sueña,
sea en desierto o
la mar,
pisando la ardiente
arena
o salpicado de sal.
Ninfa, mujer o
ensueño
en la noche
celestial,
resonando en la
memoria,
cual Cuaresma o
Carnaval,
es dolor y gozo el
sueño,
y lo mismo, el
despertar.
Tras la lectura de
los poema, se corre el telón.
Fin de la tercera
escena del segundo acto.
JOSMAN.
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