A mi padre le dediqué mi mejor libro de poemas: RUMIANDO EL AYER.
LA VERDE Y ALTA BRAÑA.
Alumbraban su aureola las estrellas, la aureola de su alma angelical, ángel caído y levantado.
Tropezones silenciosos tan hirientes, sangrando hacia adentro, como el llanto, hondeando, como pico acerado de minero,
como ancla de barco fondeando el vestigio misterioso de otras vidas, que invitan a un placer pasajero.
Vivir es un barquito de papel en un barreño con olas de jabón de aceite amargo.
Mi padre se burlaba de la vida los domingos, miccionaba en un jardín con higos chumbos, tras besar una rosa cubierta de rocío, de un rosal de Marzo, que tempraneando vestía mi patio de verbena.
Me llevaba a su cuadra carabanchelera, me acostumbró al hedor del estiércol, y allí me dejaba montar a Topolino que mansamente cabeceaba al alto pesebre de los días grises.
Caballo de tartana y de paseo, blanco pelo y negras moscas, y alfalfa fresca de domingo de cuaresma.
Los niños corrían tras el carro, y presumiendo vestido de pobreza me sentía un nuevo Cid en Pan Bendito.
Y pasando muchos años, casi todos, subimos por prados y por montes para ser vaqueiros en la verde y alta braña.
Desde allí, vimos la mar suicidarse en sal de olas.
JOSMAN
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