A veces abandona uno el Butarque y las vicisitudes políticas, para relatar un día con Darío, que no hace referencia a su intimidad ni imagen protegidas por las leyes.
UN DÍA CON DARÍO.
Como todos los niños de su edad, Darío empieza la carrera más difícil, la del despertar, la de la imaginación y la de empezar a razonar, después de sembrar mi pequeño salón de pequeños juguetes, empieza a saber recogerlos y colocarlos en el remolque de un gran camión de juguete, después comienza a visualizar libros y vuelve la siembre esparcida hasta una vez visto los devuelve a la estantería.
Apenas emplea más de dos sílabas para dar el nombre de las cosas, empezando a comprender que hasta un plato de alimentos como aperitivo debe ser compartido, aunque una hucha con la figura de un perro, muestra su único afán posesivo, “Mío, mío, guau, guau” otro, es la recogida de miguitas minúsculas de pan, pero en ese despertar, las caídas en el suelo las lleva hasta mis labios, pero no hacia los suyos, los niños aprenden lo que ven, no lo de las migas, es un niño de cepillo y fregona, cuando derrama dos gotas intencionadamente del biberón del agua, no pasa un segundo en secarlas.
La actividad incansable le hace explorar cada cosa, es un niño de método cuando viene a casa, lo primero es ir a tocar la nariz de Liber nuestra gata, ya cuando ésta huye por temor a un manotazo, enciende la cadena musical para emprender el baile, y no se explica porque su ranita y su osita, no beben agua del biberón ni comen pan. Y ahí, es cuando el razonamiento no da para más, y se me hace imposible hacerle entender que los muñecos no comen ni beben.
En el rutinario paseo por mi pequeña casa, tenemos por costumbre dar a los interruptores de la luz una sola vez, y en un aúpa cotidiano acariciar las lágrimas de mi dorada y colgante lámpara, y entre baile y baile, abrir el armario y asomarse a la inalcanzable Liber, que sabe que en la balda alta es imposible que llegue su mano. La cocina es un lugar prohibido, pero sólo entra una vez, a supervisar la elaboración de la papilla de frutas, uniendo plátano, naranja, pera y sólo dos galletas, realizada la supervisión y regresa al salón para ser servido, es curioso cómo si se queda con apetito, acude delante de la puerta del frigorífico señalando con el dedo índice la supuesta posición del yogurt.
Después, cuando todo se ha realizado, intenta ponerse el abrigo, y sin decirlo, señala la puerta de salida, es la hora de mi café y del paseo hasta la gran avenida.
JOSMAN.
Foto: Darío subiendo el volumen musical y la osita que no puede comer.
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