Las luces del ocaso
débiles como las luces de la vejez,
tienen ese sosiego de la entrega
como la espumosa ola
que parece absorbida
por la sedienta arena de la playa.
La arena rezuma la sal
que no aprecia el ojo humano,
pero que son la medicina idónea
del viejo y sus pies cansados.
El mar tiene minutos de vida que regala.
El mar, la mar, es femenina,
cuando se viste de calma sospechosa,
que después, da paso a el mar
embravecido y a veces asesino.
Luces del ocaso, cuando el paseo
extenso de la tarde expira,
cuando el viejo retorna al hogar
y llama compañera a su fatiga,
después, pausadamente desmiga el pan,
que el gorrión mañana,
picará y picará piante y agradecido
en otro amanecer
que ya no contará sus canas heridas
por el frío vertical de tantos años,
frente a la mar silenciosa
que besa la roca del acantilado.
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