A veces, si nos mirásemos bien, llegaríamos a la conclusión, de que no pasamos de ser ropa usada del viejo orfanato del mundo.
El Butarque y yo lloramos
en un arrullo mutuo, imaginario,
cuando el crepúsculo
enmascara las lágrimas
para el anónimo paseante.
Lloramos por un Leganés
que desprende un hedor antiguo,
que asoma sus huellas
por entre las baldosas de sus aceras,
que rezuman al asfalto las miserias
de los seres que se alzan y realzan.
Pero el pedestal de sus estatuas
es de cartón piedra,
como nube de verano, pasajera.
Por ello, cuando miran al pueblo,
el pueblo, pueblo, buena gente,
se sentirán trigo, aún siendo ricos,
entre muelas de molino.
Vislumbrar el fin de los hombres,
es, ya ves, Butarque amigo,
un llanto adelantado
que nos lleva de la mano.
Y ellos, ni sospechan
que prenderán de la cuerda
eterna, como todos somos:
ropa usada del viejo orfanato.
Leganés, 16 de marzo de 2010
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