(Ojos glaucos de gata, y ella, que no era ella…)
La noche era oscura y butarqueña, la luna menguaba en estos primeros días de septiembre, con el calor de la noche pegada a la espalda y a la camisa; el “Trina” me refrescaba, me estimulaba el aliento, y esa tenues luces de neón me llevaron a un rincón oscuro de incipiente lujuria.
Miré a sus ojos, que me miraban, glaucos como los de una gata, que curiosamente querían devorarme, a mí, que tengo sobrepeso, barba, alopecia y un torpe aliño indumentario como el maestro Machado.
Huí como alma que lleva el diablo a otro rincón aún más oscuro del garito, huía de ella, era una dama muy conocida, que, por su exquisito comportamiento no debería estar allí, o al menos a mí, me parecía que aquél no era el lugar apropiado para ella, una mujer estable, y no manchada por estos aires, porque los aires de la política ensucian lo más profundo del alma.
¡Me ha visto, y yo le he visto! Me repetía una y otra vez, hasta obsesionarme, pero confío en su discreción y ella confiará en la mía. Mis ojos fueron haciéndose a la visión minera de la oscuridad, me acerqué de nuevo con disimulo, como aquél que siendo abstemio como yo, simulaba una embriaguez, y los ojos vidriados por la maría…
Y no era, María o “Roampa,” era otra mujer, casi su doble, con cabellos doradamente castaños.
Después, lo desgranaré como quien disecciona un insecto en un laboratorio, cuidando cada sueño, cada caricia, cada oscuridad, cada surcar por la piel, y cada resplandor.
La sensación de alivio, no era ella, no podía haber sido ella, en aquella trampa política, donde podría haber alguna cámara fotográfica, algún videoaficionado, entre políticos, políticas, periodista, y algún despistado poeta social como yo, donde los adversarios cotidianos andábamos enredados en el vicio del cuerpo, mi último vicio, el punto y final de un poeta en su Madrid natal, que aún vive con la esperanza de ser un ermitaño de montes, de brañas astures, porque allí están mis raíces, y esa estirpe vaqueira de mi gente en el pasado; allí entre excrementos de vacas y bueyes, olvidarme de la política de este cinturón de Madrid que presiona mi cintura y mi mente, de la política, de sus vicios que ya me abandonan paulatinamente, y en especial de esa mierda políticamente correcta en lo incorrecto de ser humano.
Pero no era María, o Roampa, María está siempre tras un mostrador que nos separa, y nos separará siempre, me sirve seis veces por semana, con la mirada amiga, con la mirada sana de esos ojos que sin quererlo me llaman, pero eso es un secreto o una adivinanza de lo esotérico, de lo oculto que no viene caso en esta historia.
Leganés, 9 de septiembre de 2009
José Manuel García García (JOSMAN)
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